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He querido utilizar este referente del arte, no para reinterpretarlo, sino para darle un nuevo significado, aportando un renovado mensaje. Para ello he aumentado el tamaño de la obra original, el Greco pintó este óleo hacia el año 1580 con una medida de 81,8 x 66,1 cm, alcanzando ahora una dimensión de 100 x 83 cm. También he desplazado unos centímetros a la izquierda la imagen del hidalgo. Aparte de estas licencias en la composición, he seguido al pie de la letra las pinceladas trazadas por el Greco, he aplicado la misma gama de colores que utilizó este singular artista, incluso he registrado cada una de las grietas, en forma de craquelado, que el paso de los siglos han surcado sobre la superficie de óleo. El Greco renunció a incluir la perspectiva y los distintos planos dentro del cuadro en favor de la frontalidad. Por consiguiente, el espectador no fija su atención solo en el rostro, sino que al unísono, también en la mano y la espada. De ese modo se quedan grabados en su subconsciente estos elementos rituales. Este énfasis en lo bidimensional se une a un exagerado alargamiento de la mano, uno de los elementos principales del cuadro, lo que hace también acrecentar la presencia y el mensaje rotundo que posee esta magnífica obra. Por todas estas peculiaridades, y por otros muchos motivos, la obra se ha convertido en un icono a nivel internacional.

Para mí, el hecho de ocultar prácticamente toda la obra con una especie de armadura dorada, no impide que cada centímetro de este cuadro esté pintado con el máximo detalle, como he expuesto anteriormente. Stanley Kubrick, el genial director de cine, cuando rodaba una escena desarrollada en un dormitorio, exigía que los cajones que decoraban la estancia estuvieran llenos de ropa, aunque nadie los viera en el momento de visionar la película.

Todos tenemos grabada esta imagen, del caballero con la mano, el pecho, en nuestro subconsciente, con lo cual al permanecer prácticamente oculta la totalidad del cuadro, dejo que el resto de la obra lo termine de componer el espectador con la ayuda de su subconsciente y el recuerdo que pueda tener de esta obra. Por otro lado, con esta intervención el mensaje del cuadro cambia radicalmente, cuando solo podemos ver lo que nos permite la ranura abierta en el armazón dorado que lo escuda. No sabemos si el caballero quiere mirarnos desde el interior del espacio donde habita, o somos nosotros quienes deseamos saber que más hay detrás. Se genera un conjunto a medio camino entre la escultura y la pintura, y se transforma en un objeto contemporáneo, donde el misterio se acentúa y la ambición por levantar la protección dorada se hacen casi inevitables.